jueves, 3 de octubre de 2013

Las setas en Ariño

Desde el comienzo del río Ariño hasta su final, había unas cuantas choperas con el mismo tipo de chopos y en bastantes de ellas surgían lo que llamábamos hongos de chopo, de tres o cuatro especies, aunque el nombre que les dábamos era el mismo y el sabor parecido, muy bueno por cierto. Eran más abundantes en otoño, pero prácticamente los encontrábamos en una u otra chopera todos los días, ya que en la época a la que me refiero la mayor parte de ellas tenían algo de humedad porque recibían agua, tanto de las lluvias como de la que escurría desde los bancales próximos, al ser regados. 

 El primer recuerdo que tengo de las setas, es de un día que volviendo de nuestra viña de las Carrasquiellas por el río, cuando yo tenía unos ocho años, en una pequeña chopera a la orilla del cauce al comienzo del pan Andrés, en la que había media docena de chopos y otros tantos tocones que salían un palmo del suelo, me mostró mi padre uno que tenía una piña con numerosas setas que lo invadían casi totalmente . Eran pequeñas, de forma hemisférica y de color marrón por su parte superior. Mi padre sacó su navaja y las cortó cuidadosamente en unos pocos tajos y con esto llenó medio talego de tela que llevaba. Mientras él hacía esto y yo le observaba admirado, levantó la cabeza y me señalo los tocones próximos, en los que también había muchas de aquellas setas, algunas de ellas parcialmente escondidas bajo las primeras hojas de chopo caídas en aquel comienzo del otoño. Mi padre me explicó que eran hongos comestibles de los mejores y no tenían el más pequeño rastro de gusanos a la vista de la limpieza del corte de los tallos. Aquel día fue para mí memorable y me quedó en la mente la foto fija de aquella chopera, de las setas, de mi padre, y de la emoción de los dos. Han pasado muchos años pero cuando encuentro piñas parecidas a aquellas, siempre me viene mi padre a la memoria en aquella chopera del pan Andrés. 

Según me dijo otro día, una de las primeras personas que enseñó en Ariño que estas setas eran comestibles fue el tío Allocino. Le llamábamos así por ser de Alloza y era el padre de mi quinto Eliseo. Durante algún tiempo la gente no hacía caso de ellas, pero poco a poco se ha suscitado tal interés, que casi se ha llegado a montar guardia en las proximidades de los chopos, para ser los primeros en verlas y disfrutarlas. No se ha dado el caso de envenenamientos porque son bien conocidas y si en un otoño pródigo aparece alguna diferente, los seteros, que saben el riesgo que se corre si se come una seta desconocida, la desprecian olímpicamente y siguen cogiendo solo las conocidas de siempre. 

 Solamente una vez se produjo un incidente que pudo convertirse en una tragedia: un día varias personas estábamos en la puerta de la casa de mi tío Antonio “el Morel”, cuando apareció él, con una caldereta grande, casi llena con unos kilos de setas de olivo, de un color así como marrón. Alguien le había dicho que eran comestibles y además de buena calidad. Los presentes ignorábamos tal cosa y no pudimos aportar nada nuevo. Cuando por la noche llegué a casa después de haber estado como de costumbre un rato de charla con los amigos en las cuatro esquinas, me dijo mi madre que mi primico, el Domingo, nos había traído una buena cantidad de las setas mencionadas y como mis tíos tenían muchos amigos en el pueblo, se habían acordado de todos ellos para hacerles el mismo obsequio. Me preguntó mi madre si me freía unas cuantas para cenar, pero se me encendió una bombillita en el cerebro y le dije:” prefiero que las comamos mañana”.

 Al amanecer de la mañana siguiente oímos el picaporte golpeando con insistencia y era el Domingo que, sofocado por la distancia, la cuesta y la gravedad del mensaje, nos venía a decir que no comiéramos las setas que nos trajo el día anterior, ya que eran venenosas y en su casa todos los que las comieron estaban vomitando. Imagino que en la misma situación estarían los numerosos destinatarios del regalo, repartidos por todo el pueblo. Menos mal que realmente las setas no eran venenosas, sino no comestibles, porque producían los efectos descritos, pero nada más. Las setas venenosas suelen producir sus primeros síntomas al cabo de varios días de comerlas y estos son, en muchos casos, de altísima gravedad. Si lo hubieran sido, en el pueblo habría ocurrido una calamidad de las que aparecen en los periódicos. Analizado el hecho positivamente, aunque algunos lo pasaron mal, se consiguió a escaso precio una enseñanza difícil de olvidar. Y como efecto secundario positivo también, mi primo Domingo profundizó en el conocimiento de las setas, de tal modo que las conoce amplia y detalladamente, incluso por sus nombres en latín. Como vemos, una vez más se cumple aquello de que no hay mal que por bien no venga. 

 En otro momento llegó a mis oídos que los mineros de Samca residentes en Muniesa, al terminar la jornada, mientras esperaban a completar el autobús de regreso a su pueblo, se daban alguna vuelta por los alrededores de la mina y encontraban unas setas que ellos decían que eran de cardo y muy apreciadas como comestible. Le transmití la noticia a mi querido amigo Francisco Valiente y se interesó mucho por este tema, pero no conocíamos el tipo de setas ni por donde podían hallarse a razonable distancia del pueblo. Nuestro único conocimiento era que salían en las zonas de los cardos seteros y a estos sí que los teníamos claramente identificados. Con este motivo montamos una batida los dos solos por una amplia zona de los secanos próximos al río Ariño, desde el pozo el Pigalo hasta las Carrasquiellas. El resultado fue que encontramos algunas setas por el monte en los sitios con cardos, pero no llegamos a convencernos totalmente de que eran las que buscábamos, así que después de este primer intento, en lugar de desmoralizarnos, al menos a mí me aumentó el interés y siempre que tenía la oportunidad, hacía algún sondeo por los sitios que imaginaba que podían reunir los requisitos necesarios para producir estas setas. Al fin fui dando con zonas muy concretas en las que aparecían algunas y, mientras tanto, me había enterado de cómo eran exactamente. Y con estos conocimientos pasé a ampliar mis posibilidades de encontrar cosas nuevas y a llevar a casa, de vez en cuando, una considerable cantidad de este tipo de setas, que algunos las sitúan entre las más sabrosas. Todo esto no lo pregoné, pero sí se lo dije a unas pocas personas para que también disfrutasen de esta actividad tan interesante. La situación actual en cuanto a la recogida de estas setas no la conozco con certeza, por mis largas ausencias y cortas estancias en mi pueblo. 

 Para información (no exhaustiva) de quien no las conozca, diré que las setas de cardo, vistas desde abajo, son de color blanco ligeramente amarillento y sus láminas algo decurrentes, es decir que descienden un poco por el tallo. Por la parte superior tienen un color más oscuro, generalmente grisáceo. Son parecidas a las que en algunas tiendas llaman setas de cardo y las venden en bandejitas blancas. La denominación es optimista porque realmente muchas veces son simples pleorotus ostreatus de cultivo y su sabor no tiene ningún parecido con las de cardo. 

 Las verdaderas suelen aparecer en bancales de secano en los que haya los mencionados cardos seteros, en superficies yermas o que se hayan dejado de trabajar un año o más, y dentro de ellos, en las zonas que llamamos de molsa es decir cercana al ribazo inferior donde, si llueve lo suficiente, se remansa el agua conteniendo la tierra que finalmente se deposita formando poco a poco una superficie más o menos horizontal y con alguna traza de humedad en el mejor de los casos. 

 La búsqueda es laboriosa porque las interfieren los romeros, los tomillos e incluso las aliagas, que van surgiendo al no trabajar la tierra y, por otra parte, tienen un tono parecido al del terreno y se confunden con él, es decir que se mimetizan. Para desenmascararlas encontré un procedimiento que es mirar al suelo a cierta distancia teniendo el sol de frente y mejor si este está rasante, ya que se produce en la parte superior de la seta un fenómeno de reflexión solar y entonces la seta brilla. Vemos a cierta distancia, en el campo visual, un tono predominante de sombra salvo algunas pequeñas superficies brillantes que son precisamente (ojalá) las setas que buscamos. Si las rastreamos yendo con nuestra sombra delante de nosotros, es decir caminando de espaldas al sol, es posible también verlas, pero es más difícil y solo se ven las muy cercanas.
 Volviendo a la época a que me refería anteriormente, se estaba produciendo, con los acontecimientos citados, la afición a la búsqueda de las setas y uno de los hitos importantes fue debido a Bautista Vallespín, dueño del bar Central, que era un emprendedor destacado y desarrollaba variadas actividades. Con él congeniábamos el Valiente y yo, y otros muchos de su muy numerosa clientela. Cierto día, nos dijo reservadamente a unos pocos que en un viaje que había hecho a Fonfría había comprado unos cuantos hongos que allí los llamaban robellones y al parecer eran muy apreciados. Nos propuso hacer al horno una bandeja de aquellas setas para que las probásemos aquel grupico de amigos. Efectivamente, en privado las cocinó y las catamos cuatro o cinco personas. La conclusión general fue que resultaban un poco bastas y decepcionantes de sabor con relación al de las que nosotros conocíamos, pero podían considerarse aceptables, así que quedaron incorporadas en nuestra lista de las comestibles, aunque como no teníamos coche prácticamente nadie, quedaron en situación de no accesibles por entonces. Este fue, que yo sepa, el primer contacto que hubo en Ariño con los robellones, a los que ahora todo el mundo conoce y aprecia en su justo valor. Como es bien sabido hay setas mejores y hasta mucho mejores, pero aquellos tienen la ventaja de que su calidad es razonablemente buena, son fáciles de identificar y se hallan extendidos en muchísimos pinares de nuestra España, e imagino que algo parecido ocurrirá en otros países. 

 El tema de las setas es muy extenso, pero he pretendido con mi escrito dejar constancia de cómo se produjeron en nuestro pueblo los conocimientos que he mencionado, lo cual tiene su interés dentro de lo que llamamos la intrahistoria de Ariño. 

En mi blog “cosas de Ariño” en un artículo que titulé “ideas, estrategias y tácticas” hablé de un intento de producir champiñones en una bodega. Así que habría que incluirlos en el listado de las setas comestibles, cuyo conocimiento vi surgir y en cierta medida protagonicé en nuestro pueblo, cuando yo era adolescente e incluso ya un mozo con numerosas aficiones. 

 Las setas comestibles reseñadas y algunas más que he conocido posteriormente, tienen unos importantes competidores en cuanto al deseo de comerlas, que son los gusanos. Este es, podríamos decir, un grave inconveniente de las setas: su escasa permanencia sin gusanos desde el momento mismo de aparecer en la superficie. Esta observación la hice desde el comienzo de mi conocimiento de las setas de chopo y luego la he comprobado reiteradamente. Entonces elaboré mi hipótesis sobre la causa de la existencia de los gusanos en las setas, al observar entre sus láminas unos husillos microscópicos verdes y brillantes y escuchando y confirmando el hecho de que las setas se agusanan enseguida si surgen en las noches de luna llena. Esta hipótesis es, que dichos husillos son huevos con esa forma, que los depositan algunas moscas que vuelan incluso de noche si hay luz de la luna. No es que la luna tenga ninguna misteriosa acción de las que se le atribuyen en algunos casos. Estos huevos tienen una maduración de menos de un día y se convierten a continuación en larvas y a las pocas horas en las orugas (gusanos) que invaden rápidamente toda la seta. Hoy por hoy no he encontrado algo que me contradiga la hipótesis sobre este fenómeno, que imaginé cuando era un chavalín. La existencia de gusanos no produce trastornos digestivos porque, al examinarlas, aun el que los mira con lupa se deja alguno y terminan en su estómago y ya no digo nada de quienes las ponen en la plancha tal como les llegan desde la tienda sin más controles. Y hasta he conocido personas que no hacen caso de los gusanos. De todo hay en la viña del Señor. 

 Para completar estos apuntes sobre las setas en Ariño tal como yo viví sus comienzos, me gustaría añadir varias cosas: la primera, que me queda la duda de que en épocas de hace algunas décadas, antes de tener estas noticias, es posible que fueran utilizadas como comestibles, pero esto no lo puedo saber. La segunda, que quiero insistir en lo peligroso que es probar setas con apariencia de comestibles, si no se sabe a ciencia cierta si lo son. Cada año mueren personas, incluso familias enteras, debido a la trampa de las setas. 

 Es algo impresionante, que el metabolismo humano que trabaja de una forma tan coordinada produciendo para su uso interno productos esenciales complejos, indispensables para sostener la vida y amoldarse a multitud de exigencias; que se relaciona con el exterior por medio de al menos cinco sentidos maravillosos; que posee unos mecanismos de defensa del sistema orgánico magníficos…, con unos gramos de seta aparentemente inofensiva, toda la estructura tan bien defendida se desestabilice de tal manera que se derrumbe en pocos días y ocurra la muerte de las personas afectadas, con alta probabilidad de tal desenlace. 

 Intuyo que el conocimiento profundo de los mecanismos de ataque del veneno de las setas algún día aportará conocimientos sobre nuestro metabolismo, que aumentarán la posibilidad de avanzar en la curación de algunas enfermedades que actualmente no tienen remedio. 

Se me ocurren ahora unas cuantas preguntas: ¿Verdad que es sorprendente que al parecer los animales, alguno de los cuales comen setas (por ejemplo, las reses), sepan distinguir cuales son las perjudiciales para ellos? ¿No será que su organismo las metaboliza sin problemas? Y en otro caso, ¿cómo pueden distinguir las que les perjudicarían? Y además ¿no es bien sabido que el hecho de que algunos limacos coman una porción de seta y no mueran no garantiza que no sea venenosa? Y, finalmente, ¿qué tiene de especial el metabolismo de estos animales en su funcionamiento básico que los hace insensibles ante el veneno de las setas? 

 Y rizando el rizo, aunque en los laboratorios se experimenta con animales lo que luego se extrapolará a las personas sobre la base de que los sistemas son similares, acabo de apuntar con las preguntas del párrafo anterior nada menos que esta hipótesis de igualdad no sé si es tan generalizable. Quizá por eso me suena que, al final de la investigación, en ciertos casos, sea inevitable el experimentar en las propias personas. Vuelvo a lo de siempre: ¡Ignoramos tantas cosas!

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