martes, 22 de octubre de 2013

El río Ariño (I)


En su momento escribí sobre uno de nuestros ríos, el Martín, que es el más caudaloso de los dos que atraviesan el término de Ariño; sin embargo, durante muchos años, para las gentes de nuestro pueblo, el  más importante (ya veremos por qué),  fue el de menos caudal, es decir el que ahora llaman Escuriza.

Los de Ariño siempre lo habíamos llamado río Ariño y el nombre de Escuriza se le asignó recientemente (o sea, hace no muchos años) por ser el nombre oficial. Para mí siempre será el río Ariño, que es el  primer nombre que aprendí y lo utilizó todo el pueblo durante quizá siglos. En Alloza les pasa algo parecido, ya que siempre lo llamaron río Alloza, mientras discurre por su término. Esta particularidad de que un mismo río se nombre de distintas formas según por donde pasa es algo curioso, pero yo, que vivo en Zaragoza, encuentro aquí con frecuencia que una misma calle se denomina de distinta forma según el tramo de que se trate, así que no somos los de Ariño los únicos en aplicar, si conviene, estas formas de denominación variable.

Hay que decir también que, a lo largo de su recorrido, su nivel es algo menor que el de las huertas próximas y para poder utilizar el agua para el riego de las mismas se ideó, hará cientos de años, un sistema de azudes en los que se canaliza el agua conectándolos con acequias de menor pendiente que la del cauce del río (la mínima para que circule el agua sin dejar demasiado barro en su fondo) y de este modo, poco a poco, se va aumentando el desnivel entre la acequia y el río. Gracias a esto, se pueden regar los bancales a cierta distancia del azud. El hecho de tratarse de un terreno bastante accidentado y la idea de aprovechar las emanaciones de agua durante el curso,  obligan a que haya numerosos azudes, aunque la longitud del río sea relativamente pequeña.

Después de esta introducción voy a dedicarme a enumerar distintos aspectos del curso del río y para seguir un cierto orden, comenzaré por su entrada en el término de Ariño, que tiene lugar en la zona que llamamos la partida del río Alloza, donde este pasa bajo la carretera de las minas.

Al bajar por el comienzo del cauce encontramos, a la derecha, las Carrrasquiellas, o Airedá, campos que se hallan a bastante altura sobre el río. Cerca de allí, también a la derecha estaba, casi en ruinas, lo que  llamaban el mas del Faustino “el Andarín”. Abajo, a la izquierda, había un bancal,  con esa misma denominación y a continuación encontramos  una extensión de huerta considerable que se llama el pan Andrés a ambos lados del río. En la parte más baja, a la izquierda, había una fuente que era muy popular y muchos la conocíamos como la fuente del pan Andrés.

 Entre el bancal del Faustino y el pan Andrés, aunque a mayor cota que ambos, encontré una especie de poblado, del cual solo quedaba un somero esquema pétreo del trazado de sus calles y casas o habitáculos, con restos de carbón enterrados en  el suelo,  que aparecían al escarbar un poco en la tierra, como si hubiera sido quemado todo el espacio. Lo notifiqué a algunas personas de Ariño, y lo visitaron acompañados por un experto en estos temas y no le parecieron  restos importantes; supuso que se trataba de algo de una época anterior a la dominación árabe y no le dio más trascendencia. Yo tengo mis dudas al respecto.

Siguiendo  nuestro  río, pasado el pan Andrés, a la izquierda, se destacaba claramente una acequia a la que se la veía  discurriendo a bastante altura por un costado de tierra roja. Esta acequia tenía como finalidad el riego de toda la partida de los Padillos, en la que teníamos un bancal y un arenal en propiedad. Al final de esta partida de numerosos bancales, podía verse un escurridero donde el agua de la acequia retornaba  al río desde bastante altura. Justo allí, se la recogía de nuevo, ya que se había construído un azud con gruesas rocas y cemento (como para resistir  importantes avenidas), para regar la huerta siguiente, que es el rincón de los Terreros. Un poco antes del comienzo de esta huerta, como a unos cincuenta metros del referido azud, nos encontramos con un punto muy popular, que llamamos el pozo el Pigalo

Este era un lugar muy especial, por ser el mayor pozo del río. Su profundidad se debe a la existencia de una roca redondeada de considerable tamaño, que aflora a la orilla del camino, enrasada con él. En este pozo se refugiaban numerosas madrillas, de forma que era el lugar más indicado para la pesca con caña. Para completar la singularidad, en la extensa roca citada, que es plana en la parte superior, tiene un pocete (quiero pensar que natural) que, lleno de agua, servía para conservar los peces vivos, mientras se seguía pescando. Poniéndonos románticos, todo aquello parecía  una amable invitación del río a disfrutar pescando en él. Unos cuantos chopos próximos, completan y sombrean este especial lugar que, como he insinuado, es para mí el más interesante de todo el río.

Volviendo a la enumeración de las partidas cercanas al cauce, al final del rincón de los Terreros encontramos la Tejería que llega hasta el puente de las tres Arcadas,  donde, en una lastra contigua a él, se ven bien destacadas y señaladas, huellas de los dinosaurios. La huerta que encontramos a continuación,   se llama la Arboleda

Tanto la Tejería como la Arboleda, por su proximidad al pueblo, solían ser lugares donde los perales y los melonares sufrían  cierto peligro de hurto de día y de noche, y este era un deporte muy generalizado, a pesar de la vigilancia intensiva de los guardas. Me contaba uno de los protagonistas que un pequeño grupo de mozos decidió una noche ir a robar pericas “de san Juan”  y al llegar a la base del peral saltó al suelo alguien desde el árbol y creyendo primero los de arriba y a continuación los de abajo que se trataba del guarda, salieron todos corriendo en sentidos opuestos, cuando casualmente al guarda no le tocaba aquella noche  vigilar al disputado peral, por suerte para los  gamberrillos nocturnos.

Enfrente de los Padillos se distinguen zonas como el Prau, el Morraz , Valdecanales, el Casetón, el pozo el Pigalo, la Plana, el huerto del Cura, el barranco Pedurrea, la Cerrada (actualmente Centro de Interpretación) la piedra Picada (donde se ha ubicado la estación depuradora de vertidos de las aguas residuales del pueblo), la huerta Baja y el fin de la Huerta. Todas estas partidas constituían lo que genéricamente se llamaba La huerta Mayor y tenían algo importantísimo en común y es que todas ellas se regaban por medio de la acequia Mayor, que partía de un azud al comienzo de nuestro término y se abastecía del pantano  del Escuriza, cuando lo decidían en Híjar. La decisión  se tomaba de acuerdo con la conveniencia de los pueblos que tenían ese derecho, entre los que no estaba incluido Ariño; sin embargo Ariño tenía el de utilizar el agua mientras la hubiera en la acequia y en el río. Comoquiera que en esta situación el río mejoraba su caudal, las partidas de la margen izquierda que, por no pertenecer a la huerta Mayor, tenían el agua constante pero más bien escasa, en estos momentos de abundancia del líquido elemento, también resultaban beneficiadas. 

Aún recuerdo al tío Tejero, que  entonces era el alguacil, cuando emprendía el camino hasta el pantano llevando la orden de soltar el agua durante el tiempo que se hubiera estipulado. No existía ningún medio de locomoción mecánico  ni tampoco teléfono y el largo trecho entre Ariño y el pantano y viceversa, lo hacía andando. Menos mal que el tío Tejero era alto, tenía larga zancada y fuertes piernas, así que no era un grave problema el desplazamiento necesario para llevar  el esperado mensaje.

Cuando por fin comenzaba a verse el agua en la acequia, los turnos de riego se guardaban ordenadamente en la huerta Mayor y el avance de la disponibilidad de agua se anunciaba por el pregonero a la hora que correspondiera de día y de noche. La particularidad de los pregones en este caso, es que se anunciaban redoblando un tambor en lugar de hacer sonar la gaita típica de los bandos ordinarios. En el caso de los riegos, el pregonero, en las esquinas habituales, decía (por ejemplo): “Se hace saber…  todos los vecinos que tengan que regar… acudirán a recoger el agua desde el ador hasta el tercer aujero del Valdecanales…” y una vez terminado el escueto bando, se seguía con el redoble hacia la siguiente parada. En muchos casos, si el regador no estaba ya esperando el agua en su bancal (seguramente de tertulia con otros regadores o durmiendo en el ribazo), abandonaba el lecho a toda prisa, tomaba la ajada (así se llamaba a la azada) y limpiándose las legañas emprendía el camino hasta su bancal, para proceder al riego cuando el agua efectivamente le llegase.

Para terminar estas explicaciones debo precisar que estoy hablando de cómo era el río, sus huertas y costumbres hace unas cuantas décadas. Me temo que actualmente todo aquello habrá cambiado a peor, pero, de todos modos, como siempre digo, trato de reflejar un cierto pasado, que puede ser conveniente conocer y recordar.


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